miércoles, 9 de julio de 2008

La única flor que conozco es la rosa de los vientos...


Así dice el pasillo que mi abuela me enseñó; fue la primera canción de la que tengo memoria, se llama Romance de mi destino y era la canción de cuna que usaba la madre de mi madre al tratar de hacerme dormir la siesta, misión de la que ella se hacía cargo y a la que yo reuía siempre, más al tratar de memorizar esa canción que decía mucho y de la que entendía poco, sucumbia al bochorno de la tarde y me quedaba seco. Era grato escuchar esa canción al vaivén de una hamaca de mocora (para ella no existía otro material mejor para hacer hamacas) y sentir la brisa que generaba con su brazo al mecerme. Tiempo después, al escuchar esta canción, descubrí el referente ideal del puerto en el que vivo, por el que la gente pasa y vuelve, del que muchos se despidieron, en el que tratamos de convivir y vivir, en el que nos divertimos y al que pertenecemos. Es una canción de despedida y de deseo de volver, de rememorar para los que se fueron y bebieron "jugo de amargos adioses" y luego de eso descubrieron que "es mi vaso predilecto".


Esta ciudad tiene ese algo, que hace querernos ir, pero en mi caso, sólo al imaginar la posibilidad, ya muero por regresar.

"...yo me bebo a tragos largos, mi pócima de recuerdo, y me embriago en lejanías para acariciar mis sueños".

La ciudad de la ría y el estero, la de julio y la de octubre...la de siempre.

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