viernes, 6 de agosto de 2010

Después de muertos amarnos más


El 9 de febrero de cada año, un grupo disímil de personas se reúne ante la tumba de Julio Alfredo Jaramillo Laurido, quien desde su muerte, en esta misma fecha pero en 1978, se convirtió en el ícono musical ecuatoriano. Esta congregación en la puerta 13 del Cementerio General de Guayaquil se viene realizando desde hace diez años aproximadamente y consiste en el acercamiento de cientos de personas a la tumba del Ruiseñor de América para rendirle su homenaje: llevar flores, mostrar pancartas con frases alusivas a la pasión por J.J., vestir una camiseta con su imagen y claro, tomarse un trago mientras todos cantan una y otra vez cuanta canción grabó Julio.

EL ritual empieza desde que el cementerio abre sus puertas y se extiende durante todo el día hasta que el campo santo cierra. Las formalidades transcurren en las primeras horas cuando personalidades del Municipio entregan una ofrenda floral en símbolo de respeto y recordación, luego de eso, no hay libreto. Generalmente, los 9 de febreros son días de lluvia o grises, ambiente que se convierte en el marco más acorde con esta especie de ceremonia luctuosa cantada, bailada y bebida. Cualquier lugar cerca de la tumba es bueno para acomodarse pues las jornadas pueden ser tan largas como uno desee.

Allá llegan los que lo conocieron, los que cantaron con él, los que lo acompañaron en una larga noche. Se dice que por ahí aparecen también sus amores, así como algunos de sus hijos que en su mayoría cantan un par de canciones para recordar a su padre. En el lugar se pueden ver a rostros interesados por cada detalle; a los que acuden cada año y saben cómo transcurre la jornada; a los que están presentes por primera vez; a los cronistas, fotógrafos y escritores quienes a su vez conocen a los improvisados animadores y músicos y forman casi un sólo grupo; a los que vinieron desde lejos a ofrecer sus sentimientos de respeto y, cuando digo de lejos, me refiero de otras ciudades y países que reclaman como suyo al ídolo, ratificando así su condición de universal.

Muchas de las personas que acuden al cementerio continúan la jornada en otros lugares que ofrecen diversos espectáculos en honor a J.J., uno de estos es el bar la Taberna, ubicado en el cerro Santa Ana, donde desde hace 8 años aproximadamente se organizan presentaciones artísticas donde el ingrediente principal es el repertorio de Mr. Juramento, como también se lo llamaba. En este bar, cuenta su propietario Manuel Vélez Linares un cerreño de cepa, Julio Jaramillo se reunía a cantar en largas noches de bohemia con su tío abuelo quien vivía en el lugar y además tenía su taller de armas, por esta razón Vélez a dedicado una esquina de la Taberna a la memoria del Inmortal, el ahijado de CAAR (Carlos Armando Romero Rodas, recordado radiodifusor guayaquileño y uno de los compañeros de sus múltiples aventuras) esquina que él la considera un altar, ahí tiene fotos, discos de vinilo, camisetas, recortes de periódicos, todos dedicados a Julio. Este año en se presentaron en este lugar Héctor Napolitano, Don Celso (suegro del dueño) y el periodista quien recitó unos poemas con el fondo musical de Napolitano. La noche concluyo con una pertinaz lluvia y con los bohemios satisfechos.

Seguramente Julio Jaramillo jamás imaginó que despertaría tanta pasión, que uno de los versos de la ya célebre canción que tanta fama le dio, la que compusiera el puertorriqueño Benito de Jesús, “Nuestro juramento”, se convertiría en realidad gracias a sus seguidores, los que aumentan cada día y le cumplen la promesa de “después de muerto amarlo más”.