viernes, 29 de abril de 2011

Doña Hamaca Rodríguez-Pérez

En mi memoria está latente la presencia de una cómoda hamaca en casa de mi abuela, mi casa. En ésta, me obligaba a dormir la siesta durante mi infancia, tardes calurosas que se soportan mejor al mecerse lentamente en una buena hamaca, de mocora, claro está. Sin embargo, desde que salí de casa no tuve entre los enseres de mi vida de soltero o de casado este elemental ícono del descanso y relax que posee la facilidad de transportarme a otras épocas y me regresa al presente con su natural vaivén. Pero no fue hasta ahora que con Lorena tomamos la decisión de instalar en la sala de nuestro departamento una linda hamaca blanca de lona (la mocora está desapareciendo lentamente y con ella también las manos que las tejen), por eso nos armamos de broca, taladro, tornillos, cabo y media hora para decidir su mejor ubicación y, así se concretó su instalación. El trajín de la rutina no me permite aprovecharla para sobrellevar el sopor de la tarde del puerto, pero igual sirve para llegar en la noche, mecerse un rato, leer, adormitar, simplemente no hacer nada o quizá -como en este momento- escribir algo. Ya era hora de volver a tenerte en algún rincón de nuestra casa, bienvenida Doña Hamaca Rodríguez-Pérez.